Meditación y pensamientos

 

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 Luz González Prieto

Psicóloga (G- 2402)

698 166 262

luzglezprieto@gmail.com


¿Practicas yoga o meditación? Copio algunos párrafos con reflexiones extraídos del libro: Yoga de Emmanuel Carrère.

No solo me propongo decir que el yoga y la meditación te hacen sentirte bien, sino que son mucho más que un pasatiempo o una práctica saludable, son una relación con el mundo, una vía de conocimiento, una manera de acceso a la realidad que merecen ocupar un puesto central en nuestra vida.

La revolución es eso, una de las revoluciones de la meditación. En vez de mostrar animadversión a pensamientos de los que no estás demasiado orgulloso, en vez de intentar erradicarlos, te conformas con observarlos, sin convertirlos en un drama, ya que existen, ahí están. Ni verdaderos ni falsos, ni buenos ni malos: son microsucesos psíquicos, burbujas en la superficie de la conciencia. Si lo ves así, sin siquiera darte cuenta, pierden su influencia y su nocividad. No hay que juzgar los pensamientos propios ni tampoco los del prójimo. Hay que aceptarlos tal como son, verlos como son. Sí, es una tercera, y quizá la más exacta, definición de la meditación: ver los pensamientos tal como son. Ver las cosas como son.

Me gusta caminar por esos montes, como una meditación, e intento coordinar el paso, el aliento, las sensaciones, las percepciones y los pensamientos, y es esto también lo que me empuja cada mañana o casi a sentarme en la turca encima del zafu. Me gusta hacerlo, sencillamente. En este lugar me siento en mi sitio. Durante esa media hora me siento bien y sé por experiencia que ese bienestar se transmitirá a mi jornada. Que me hará un poco más presente, un poco más atento a quienes me rodean.

Dicen que si estuviéramos en la cárcel sería suficiente extender una esterilla de yoga para afirmar una forma de libertad en el espacio asfixiante de una celda.

Las posturas: "todas son buenas, siempre que proporcionen un mínimo de comodidad y que permitan mantenerse derecho, aunque haya que ayudarse con los cojines. Porque hay que estar derecho. Lo más recto posible. Estirar hacia arriba la columna vertebral como si quisieras empujar el techo con la coronilla. Al mismo tiempo, enraizarla: hacer que la pelvis, de donde nace, sienta por el contrario la tracción del suelo. La parte superior de la columna empuja hacia el cielo, la inferior tira hacia la tierra. Así estirada, la columna se arquea ligeramente, se alarga, se ensancha el espacio entre las vértebras.

...aprender a no juzgar, o en todo caso a juzgar menos, un poco menos. Es desistir de esa posición de verlo todo desde las alturas lo cual constituye una falta moral y un error filosófico. Como dice un sutra budista que me gusta hasta el punto de haberlo citado ya dos veces en mis libros: "El hombre que se cree superior, inferior e incluso igual a otro hombre no conoce la realidad".

Solo dedicamos al presente el 20% de nuestra actividad mental.

Este tipo de pensamientos atraviesan el campo de mi conciencia como los pájaros surcan el cielo. Pensamientos tiernos, apacibles, pensamientos que concuerdan con el cielo gris y lluvioso. Hay en ellos plenitud, pero también un poco de tristeza porque caigo en la cuenta de que siempre me será negado algo maravilloso. Un momento tranquilo, sin más, un momento que podría ser contemplativo, que yo podría simplemente vivir, en realidad no puedo vivirlo, estar presente en él, simplemente presente, porque al instante se manifiesta la necesidad de ponerlo en palabras. No tengo acceso directo a la experiencia, siempre debo adosarle palabras. No digo que sea malo. Es mi razón de ser en la tierra y es una gran suerte, no voy a quejarme de tener lo que se llama una vocación. Pero qué bien estaría, qué relajante sería, qué inmenso progreso hacerme menos frases y ver más. Ver las cosas como son en vez de pegar a esa visión el tipo de comentario ininterrumpido, subjetivo, locuaz, partidista, condicionado que producimos constantemente y sin siquiera percatarnos. Me joroba este parloteo interior. Me joroba y me disgusta. Me gustaría pensar otra cosa que lo que pienso porque lo que pienso y cuyo catálogo he hecho tantas veces, es vacuo, repetitivo, patéticamente egocéntrico. Me gustaría tener pensamientos más dignos, pensamientos de los que pudiera enorgullecerme, pensamientos altruistas, por ejemplo. Me gustaría ser un hombre bueno, ser un hombre volcado en los demás, me gustaría ser un hombre fiable. Soy un hombre narcisista, inestable, lastrado por la obsesión de ser un gran escritor.

Sentado en mi butaca de ratán en el café Pushkin, bebiendo sin prisa y bastante sosiego mi cerveza Mythos, dejaba que se macerasen mis pobres pensamientos deleznables y deshilachados. Seguía su curso sin prestarles excesiva atención. Conocía de memoria los más obsesivos, los más tóxicos, y cuando los veía aproximarse ya no me causaban el efecto de demonios que querían devorarme el alma, sino más bien el de esos buenos perros viejos, un poco patosos, un poco penosos, esos buenos perros que, como el pobre perro viejo que tanto amaban mis hijos cuando pasábamos los veranos en el Arcouest, quieren lamerte sin descanso y ponerte las patas encima, y a los que lanzas un palo que te traen jadeando y moviendo el rabo y pidiendo que vuelvas a lanzárselo. Y  yo se lo lanzaba una y otra vez, el palo del prestigio social, el del odio a uno mismo, el del demasiado tarde y su sabor amargo, y un momento después yo decía basta y volvía a sumergirme en la somnolencia y dejaba que los buenos perros, viejos y penosos, diesen vueltas a mi alrededor, un tanto decepcionados.

 

Yoga de Emmanuel Carrère.

Sinopsis: No es un manual práctico sobre yoga, ni tampoco un bienintencionado libro de autoayuda. Es la narración en primera persona y sin ningún tipo de tapujo de la profunda depresión con tendencias suicidas que llevó al autor a ser hospitalizado, diagnosticado de trastorno bipolar y a permanecer ingresado durante cuatro meses. Es un libro sobre una crisis de pareja, la ruptura afectiva y sus consecuencias. Y sobre el terrorismo islamista y el drama de los refugiados. Y sí, en cierto modo también sobre el yoga, que el escritor practica desde hace veinte años.

Nº de páginas: 336. Editorial Anagrama. Traducción: Jaime Zulaika  Empezar a leer


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