Madres e hijas

Madres e hijas

Una antología de relatos sobre la maternidad y sus formas.

Escritoras que participan: Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Josefina R. Aldecoa, Esther Tusquets, Cristina Peri Rossi, Ana María Moix, Soledad Puértolas, Clara Sánchez, Paloma Díaz-Mas, Mercedes Soriano. Almudena Grandes y Luisa Castro.

Editorial Anagrama, Barcelona 2022. Número de páginas: 240. Tiempo de lectura: 5h 40m

Copio varios fragmentos como punto de partida para la reflexión.

Pero yo quisiera que alguien me explicase por qué cuando me voy alejando por la acera, manchada de sol y niebla, y siento la campana del colegio, llamando a clase, por qué, digo, esa expectación anhelante, esa alegría, porque me imagino el aula y la ventana, y un pupitre mío pequeño, desde donde veo el jardín y hasta veo clara, emocionalmente, dibujada en la pizarra con tiza amarilla una A grande, que es la primera letra que yo voy a aprender…

(Así piensa la madre al dejar a su hija el primer día de clase ante la puerta de la escuela).

Al colegio, Carmen Laforet

Mi madre siempre tuvo la costumbre de acercar a la ventana la camilla donde leía o cosía, y aquel punto del cuarto de estar era el ancla, era el centro de la casa. Yo me venía allí con mis cuadernos para hacer los deberes, y desde niña supe que la hora que más le gustaba para fugarse era la del atardecer, esa frontera entre dos luces, cuando ya no se distinguen bien las letras ni el color de los hilos y resulta difícil enhebrar una aguja; supe que cuando abandonaba sobre el regazo la labor o el libro y empezaba a mirar por la ventana, era cuando se iba de viaje. "No encendáis todavía la luz -decía-, que quiero ver atardecer". Yo no me iba, pero casi nunca le hablaba porque sabía que era interrumpirla. Y en aquel silencio que caía con la tarde sobre su labor y mis cuadernos, de tanto envidiarla y de tanto mirarla, aprendí no sé cómo a fugarme yo también. Luego entraba a alguien, daba la luz y reaparecían los perfiles cotidianos. "Bueno, habrá que correr las cortinas", decía ella, como despertando.

De su ventana a la mía Carmen Martín Gaite

Tú eras una madre distinta y a mí me encantaba casi todo el tiempo que lo fueras, aunque podía resultar engorroso que en casa imperaran costumbres insólitas.

Carta a la madre, Esther Tusquets

Entonces mi madre empezó a cambiar. Empezó a escuchar a mis hermanas, las crónicas de sus vidas que huían, que volvían, empezó a cuidar de los hijos de mis hermanas, a hablar de ellos. Su silencio había sido invadido, sepultado. Tal vez había dejado de pensar. En cierto modo, yo también dejé de pensar. No hay mucho tiempo para pensar cuando se huye.

El cuarto está lleno de fotografías.¿Es así como mi madre ha llenado su silencio, con las vidas inmóviles de los otros?

La hija predilecta, Soledad Puértolas

Posiblemente Águeda tuvo razón cuando un día me dijo que su hija la necesitaba. Solo en su madre Cari comprendía qué ocurría con los deseos de la gente, con el miedo y con la juventud, ningún otro lugar o persona le aportaban ese conocimiento, estaba casi seguro.

Cari junto a una motocicleta roja, Clara Sánchez

Nunca tuve una gran vocación por la maternidad. Recuerdo que, de adolescentes, muchas amigas mías hacían planes ilusionados con respecto al momento en que se convertirían en madres; parecía que no tuviesen otra vocación en el mundo y a mí me irritaban profundamente sus gritos de alegría, sus mohines y morisquetas cada vez que veían un bebé: se apostaban junto a la cuna o el cochecito, empezaban a proferir gorjeos y arrullos de paloma y acababan pidiéndole a la madre que, por favor, les dejase arropar un momento a la criatura entre sus alas.

A quienes me dicen que me estoy enterrando en vida, que debería volver a trabajar, que he perdido a mi marido, que no puedo atarme a la niña de esta forma, les contesto que estoy contenta con lo que hago y que la obligación de una madre es sacrificarse por su hija.

La niña sin alas, Paloma Díaz-Mas

Mientras afrontaba el último obstáculo, apenas catorce escalones para el fin del mundo, era ya incapaz de explicarme mi mansedumbre, la docilidad con la que había aceptado, tantos años antes, la dictadura del timbre que gobernaba mi vida, y recordaba bien las diversas etapas del proceso, el derrame cerebral que fulminó a mi padre cuando yo todavía no había acabado el bachiller, la trombosis que convirtió a mi madre en una inválida dos años antes de que lograra licenciarme en Ciencias Exactas, la naturalidad con la que mis hermanas asumieron que yo me ocuparía de cuidarla hasta el día de su muerte, la rapidez y la serenidad con las que acepté una misión cuya esencia se confundía con la de mi propio destino, y aquella frase hecha con la que me premiarían tantas veces, ¡qué buena eres, Berta!

La buena hija, Almudena Grandes



Luz González Prieto - Psicóloga (G- 2402)

Atención psicológica en Vigo y online.

Bienestar emocional, resolución de conflictos, serenidad, crecimiento personal

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